domingo, 7 de marzo de 2010

EL RINCON DE ALBACE


¿Esposa y moza? ¡Qué mala cosa!


Elbacé Restrepo Medellín Publicado el 7 de marzo de 2010




El título en femenino solo va por una rima, no pretende negar la presencia de ellas en el cáncer generalizado de la infidelidad. Dice una frase que intenta organizar vidas descuadernadas: "si una relación tiene que ser secreta, no debes estar en ella".

Nada más cierto. Es posible que quien se embarque en una aventura experimente el renacer de sensaciones que tenía olvidadas, entre ellas el ímpetu sexual, tan atractivo y cegador; la refulgencia de lo nuevo; el imán de lo prohibido y, quizá, el deseo de sentirse interesante para alguien, porque supone que se volvió paisaje para su pareja.

Los infieles son cínicos. Para ellos el amor no muere, sino que cambia de destinatario. Se sienten muy audaces porque caen redondos ante las posibilidades abiertas en dos correos electrónicos y un encuentro furtivo en cualquier parte, así sea en el chat. Primero se deslumbran y después se desbocan. Entonces abren sucursal de afectos y se juegan la estabilidad familiar como si nada, aunque saben que manejar una doble agenda amorosa implica, necesariamente, que alguien va a sufrir, que habrá llanto, dolor, resentimiento y confianza hecha pedazos. Nadie construye la felicidad sobre el dolor de otro.

Los amores prohibidos son alentados muchas veces por otros semejantes que pretenden validarse con argumentos de cajón: "uno busca en la calle lo que no tiene en la casa". Pero además, les encanta contagiar a todo el mundo del realismo deplorable de sus malas experiencias, por eso acostumbran ponerle fecha de vencimiento a la estabilidad de los demás: "le doy un año para que esté jarta", o "¿todavía está con esa vieja?".

La rutina es uno de los sellos que justifica la infidelidad, como si lo nuevo se conservara emocionante para siempre, o como si lo demasiado conocido no fuera interesante. El infiel sabe, aunque no está dispuesto a reconocerlo, que su pareja de siempre es la mejor compañía, que cada sonrisa se traduce en apoyo ante las dificultades, que el enamoramiento deja paso a un cariño firme y sereno que le da seguridad, que la pasión cede y la gratitud se hace presente. El amor "real", maduro y comprometido no se acaba ni se traslada, sino que se convierte en un maravilloso polo a tierra. No todo tiene que ser vértigo. ¿Quién le quita la grandeza a las cosas sencillas de la vida?

¿Esposa y moza? ¡Qué mala cosa! Nada más doloroso que un matrimonio demolido por culpa de un intruso. Ni nada más decadente que dejar de ser la esposa para convertirse en moza, o "del mismo modo en sentido contrario". Ni nada más molesto que la actitud insolente de los tinieblos desayunando juntos un domingo en algún sitio. Ella asume poses de la miss Universo que nunca descubrieron, con pinta discotequera a las ocho de la mañana, sentada de carrizo mientras se lleva a la boca pequeñísimos bocados para autoproferirse el estatus de la gran dama que no es. Para él, entre tanto, ya no es fácil la sonrisa. Seguro se debate entre la culpa y los placeres efímeros de la noche anterior. Ahora tiene déficit de plata y superávit de remordimientos.

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