domingo, 30 de mayo de 2010

el rincón de Elbace


Elbacé RestrepoSobredosis de nostalgia
Elbacé Restrepo | Medellín | Publicado el 30 de mayo de 2010
Primero pensé que utilizar este espacio para plasmar un sentimiento íntimo sería impertinente, pero recapitulé. Finalmente, es lo que hacemos cada semana: exponer ante ojos ajenos todo aquello que mueve nuestros sentimientos más profundos. Hoy me conmueve el recuerdo de mi mamá, en un aniversario más de su muerte, y como un homenaje a todas las madres, al finalizar el mes dedicado a ellas.

Alguien me preguntó si me duele su ausencia todavía. La respuesta es no. El dolor dio paso al cariño inmenso y al agradecimiento sempiterno, pero sí me hace falta, y mucha. A veces hasta las lágrimas.

Fue mi primera maestra, pero más que números y letras, me enseñó para la vida. Empezó por la lectura antes de tiempo, en las páginas del periódico, para que no la importunara con el "qué dice aquí, y aquí", y se aseguró de que leyera por placer, por curiosidad y nunca por obligación.

Me compró todos los cuentos infantiles y me entregó un pasaporte sin fronteras, para viajar por el mundo sin moverme de la casa: su repertorio de libros, incluido Vargas Vila, que le había sido prohibido, Edmundo de Amicis y Giovanni Guareschi, entre muchos otros. Leímos tantos libros como era posible adquirir en Ciudad Bolívar, y la colección completa de Selecciones del Reader's Digest, sin que faltara ninguna. No discriminábamos por género, ni por autor. Sólo íbamos tras el goce de leer. A veces el dulce se ponía a mordiscos, pero ni libros ni afecto faltaron nunca en nuestro hogar.

Un domingo de hace muchos años, en una situación económica difícil, mi mamá reunió a los seis hijos y anunció: "tenemos veinte pesos. ¿Compramos la leche o El Colombiano?". Todos a una respondimos: ¡El Colombiano! Todavía puedo ver su cara de ¡esos son los míos, carajo! Hoy no tengo esas angustias, pero me inclinaría por la misma opción de entonces. Y no por razones obvias, sino porque un domingo sin prensa es como un tamal sin carne: tedioso y desabrido.

De ella heredé la buena sazón, el "juicio" de una eficiente ama de casa y su gusto por la buena conversación, mirando siempre a los ojos del otro, que no cambié por la mejor rumba ni siquiera cuando tenía veinte años. Y heredé a mi papá, un ser humano sencillo, pesimista a morir pero bueno como el chocolate, generoso y dueño de una honestidad que se le sale del carriel, que todavía luce.

En medio de este ataque de nostalgia, hoy le agradezco profundamente a la vida por ella, porque me mostró que las mujeres teníamos voz y voto. Porque hizo énfasis en que al marido no se le pide permiso para nada, pero resaltó las bondades de tomar las decisiones en compañía. Porque me advirtió que padecer a un hombre celoso era la muerte en vida. Porque me habló de dignidad, de respeto, de deberes y de derechos. Porque me enseñó que la mentira jamás, por muy dolorosa que fuera la verdad. Y porque me hizo saber que ser mujer, inteligente, competente y feliz, era posible.

Para finalizar esta sobredosis de nostalgia, no diré que fue la mejor mamá del mundo, pero sí la que sigue. Y si aún no es razón suficiente para mi homenaje, diré entonces, simplemente, que era la mía.

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