domingo, 20 de junio de 2010

el rincon de Elbace

Elbacé RestrepoDesde bandidos hasta santos



Elbacé Restrepo Medellín Publicado el 20 de junio de 2010

No hay mal que dure cien años, dicen, pero esta campaña para la Presidencia casi manda el refrán a la basura. Y no por el tiempo, que realmente no fue tanto, sino por la intensidad. Los seguidores de uno y otro parecíamos fieras al acecho, dispuestas a destrozar a zarpazos a los de la carpa contraria. ¡Qué cansancio!

Mi corazón salió lastimado, pero no fue el único. A todos, seguramente nos pasó lo mismo. Un día, sin más ni qué, empezamos a sentir que nuestros amigos lo eran en la medida en que coincidiéramos políticamente. Por el correo llovió "ventiao" y salpicó pantano, ponzoña y odio. Los mensajes, que habitualmente estaban llenos de alegría, buenos deseos, críticas constructivas, bromas y saludos afectuosos, fueron reemplazados casi en su totalidad por envíos agresivos acerca de los candidatos.

Desde los resultados de la primera vuelta me propuse leer sin opinar, para no caer en el error de la intolerancia y la agresión verbal. Confieso que no logré siempre el objetivo. En esa avalancha incontenible de artículos de prensa, opiniones personales, chistes, ridiculizaciones y serios análisis políticos, nos dijimos de todo, desde bandidos hasta santos, con minúscula y casi a gritos. Además, sesgados, payasos, pícaros, brutos, cerrados y trancados por dentro. Vendidos, ilusos, ingenuos, irresponsables, arrodillados ante el "régimen", inmorales y mafiosos. Y esos calificativos son menores. Gracias infinitas a mi mala memoria, que borró los otros, como un mecanismo de defensa en bien de mi salud mental.

Si queremos lo mejor para Colombia, nos urge acabar con esta guerra de palabras. Las grandes causas que nos mueven son las mismas. Las que cambian son las formas de quienes proponen las soluciones. Si todos anhelamos educación, salud, seguridad, empleo, paz, justicia, equidad y cero corrupción, ¿por qué tenemos que hacer de una campaña presidencial un ejercicio de alto riesgo? No debería ser la elección de un presidente un motivo para matarnos a mordiscos, y menos entre quienes hemos sido entrañables amigos. En vez de vernos como amenazas deberíamos estar unidos en torno a un objetivo general: ayudar a engrandecer nuestro país, si de verdad tanto lo amamos. ¿Muy difícil? Ni tanto. Empieza con que cada uno haga bien lo que le corresponde.

Guardo la esperanza de que podamos volver a hablar tranquilos de nuestras preferencias, sin que un derrumbe de piedras nos entierre vivos, porque nos asiste el derecho de pensar distinto.

Espero que a partir de hoy nos consideremos dignos de volver a dirigirnos la palabra, aún sabiendo que votamos por la opción que nos pareció mejor para el país, como los otros, apoyados siempre en nuestra buena fe. Quiero volver a leer a mis columnistas preferidos haciendo crítica y oposición decentes, sin que nadie se sienta insultado entre líneas y sin sacarse clavos, viejos o recientes, en cada frase dicha. Y quiero oír a los seguidores del ganador reconociendo errores también de vez en cuando, porque no faltarán.

A los electores nos une la esperanza de que el país puede mejorar, y no por eso estamos libres de sentirnos defraudados en unos cuantos meses, porque presidente perfecto no tendremos jamás. Más que pesimismo, es un realismo histórico, ancestral y hereditario, pero nadie puede quitarnos la gran ilusión que depositamos en el voto. ¡Esa equis siempre será muy importante!

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