domingo, 25 de julio de 2010

EL RINCON DE ELBACE RESTREPO

Lejos del alma

Elbacé Restrepo | Medellín | Publicado el 25 de julio de 2010
Una corresponsal en el extranjero, léase lectora muy querida, me envió una historia bellísima que quiero compartirles, un tris resumida:

"Hace años leí un informe sobre un equipo de científicos que había emprendido una expedición en un país centroamericano para realizar excavaciones. Para el transporte de las provisiones fue contratado un grupo de indios. Eran hombres fuertes y voluntariosos. Los primeros cuatro días se avanzó más de lo previsto, pero al quinto día los indios se negaron a continuar la marcha. Silenciosos, permanecían sentados en círculo en el suelo y no había manera de que volvieran a coger los bagajes. Los expedicionarios les ofrecieron más dinero, los insultaron y al final hasta los amenazaron con sus armas. Los indios permanecían mudos y sentados en círculo. Entonces dos días más tarde los indígenas se levantaron de repente todos a la vez, cogieron los fardos y continuaron por la ruta prevista, sin exigir más salario y sin haber recibido órdenes especiales. Sólo mucho más tarde, uno de éstos dio la siguiente respuesta: 'Habíamos ido demasiado aprisa. Por eso tuvimos que esperar hasta que nuestras almas nos dieran alcance'".

¡Igualitos a nosotros!

La actual es una generación hermosa que se las sabe todas, pero no las piensa. Los juegos infantiles de hace años hoy hacen parte de la vida real: "vamos a jugar mamacita y yo soy la mamá. ¿Quién es el papá?". Los roles se imitaban según lo que veíamos en casa: dos adultos cuidando a los pequeños, alimentándolos y protegiéndolos de dolores y peligros de por vida. Hoy se acuestan chiquitos, se embarazan, tienen un hijo, medio se conocen -en ese orden- y chao que se acabó el juego, cada uno por su lado.

Caemos redondos ante una sociedad de consumo que nos hostiga sin compasión. Conseguimos de todo al mismo tiempo, pero vivimos agobiados. Primero nos endeudamos y después hacemos cuentas (por pagar) que nunca cuadran.

Escalar es un verbo olvidado. La cima es la meta, de una zancada. Nadie quiere ser asistente, sino jefe de una vez. No importa cuántos compañeros haya que pisotear en el ascenso.

Somos testigos y protagonistas diarios de un mundo sin alma: los egoístas, que centramos la atención en nuestras necesidades y pasamos de largo frente a las ajenas. Los padres, que en el afán de tener se pierden el encanto de los años niños. Los conductores ebrios y veloces, que llegan sin alma contra el muro o contra una víctima inocente. Los que dejaron el alma abandonada al apretar el gatillo por cualquier millón. Los que salen raudos tras el placer efímero y dejan lejos el amor de su vida. El jefe, que en el afán de figurar? ¡ah!, perdón, eso ya lo dije.

Vamos a mil, con el alma rezagada. El velocímetro está desajustado y nadie se preocupa por su arreglo. En la carrera olvidamos para dónde íbamos, la forma más rápida de llegar a ninguna parte.

De tarde en tarde conviene hacer un alto en el camino, tomar aire y esperar el alma. No sea que cuando lleguemos a la meta estemos tan cansados que ya no podamos disfrutarla, o peor todavía: que lleguemos a donde no era, desalmados, y haya que empezar de nuevo, ¡uf! ¡Qué cansancio!
extraido de el colombiano

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