viernes, 13 de agosto de 2010

el rincón de Carlos Munera

RITUALES EN EL ÁLBUM FAMILIAR



¿Quién no ha posado en la bañera o cerca al primer triciclo...?


Crónica publicada en GENERACIÓN, suplemento dominical del periódico El Colombiano, 20 de mayo de 2007


Digan güisqui…… y entonces, todos tratan de sostener por segundos extensos, una sonrisa forzada a la espera de ser heridos en los ojos por pequeñas explosiones, participando de un ritual que deja ver nuestra verdadera misión en la vida: ser felices.

Ver un álbum familiar es ver el de otros miles, sólo que con rostros distintos, pero todos obedeciendo a un ceremonial latente en nuestros inconscientes. Muchos rinden una veneración especial, que me inquieta, a ciertos objetos: qué álbum no exhibe un espejo destellante adornado de un rostro quinceañero, qué galería no resalta el carro de turno, partícipe de paseos populares; qué mamá no capturó el triciclo metálico al lado de su hijo; ¿o es al contrario todo ello?

Más rituales en los álbumes…Teléfonos que tutean apoyados en orejas infantiles (el teléfono debe ser de cordón, no inalámbrico); bañeras que cargan muchachitos, perros de ojos rojos al lado de sus dueños, niños con roles de súper héroes, exhiben vestuarios sin poderes.

No falta la foto, también, de algún integrante de la familia al lado del nuevo equipo de sonido o del nuevo televisor, o familiares vivos enterrados en la playa; no falta la exhibición de copas o de cervezas o el cuchillo hiriendo la torta. Es que es el lugar, es la celebración, es el encuadre, es el objeto, todos ellos parte del culto inconsciente; rituales que seguimos obedientes.

O sino...
¿Por qué no podemos quedar tristes en las fotos, por qué no despeinados, por qué no el registro de nuestra varicela si esa es nuestra hermosa realidad (reiríamos copiosamente)?, ¿por qué no puede quedar el pote de champú al lado del postre? Cumplimos rituales, imaginarios sociales, convenciones explícitas.

O entonces…
¿Por qué estamos siempre felices en las fotos?, ¿por qué todos alrededor de la torta en el centro de la imagen?, ¿no es el niño, pues, el que cumple cinco años?, ¿por qué la foto al borracho pintado?, ¿por qué llevan muchas veces los rostros a la mitad del encuadre?.

No faltan las fotos de alguien chupándose el dedo, desprevenida, en la cocina; o de nosotros bajo grandes construcciones y monumentos, al lado de palomas sin nacionalidad, apagando velas tercas (esta foto se repite hasta que quede "bien"), no faltan las imágenes rasgadas que dejan entrever un amargo recuerdo masculino.

El ritual de la utopía
Nadie posa en un velorio ¿o qué álbum familiar registra el dolor? Tal vez lo hagan los cronistas visuales, documentalistas de la historia que retratan el palpitar humano con sus nacimientos y partidas, que revelan dramas humanos para ver la realidad como la pintó Picasso (por delante y por detrás). En cambio, el álbum familiar conserva la realidad última imaginada, la de la felicidad, la de la perpetua tranquilidad sin vacilaciones de lo porvenir, conserva la eterna juventud, conserva las estéticas comúnmente aceptables. Tal vez por miedo al olvido, a la desaparición total de nuestros seres ausentes, a la muerte última que es la ausencia de imagen alguna, tenemos miedo a que nuestra niñez no haya transcurrido, a que la imagen mental desaparezca.

Otros álbumes

Pequeñas e itinerantes son las billeteras. Allí el ritual para unos es coleccionar rostros 3x4 de los ex novios como botín de cacería adolescente (al hombre no le dejan cargarlas). Se lleva allí también el proceso de crecimiento de los hijos, la imagen del amigo finado, de la madre ausente, más otra larga lista de registros de plano entero y plano medio de toda la corte celestial de primer orden.

Yo que identifico rituales en álbumes ajenos, no me había percatado de un ritual personal hasta que Diana Henao, amiga mía, dijo… "Tan posudo, pero miralo pues". En todas las fotos posaba cual modelo de catálogo infantil y es que no había caído en la cuenta de que yo posaba desde niño. Saluden al pajarito: ¡clic!

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