domingo, 19 de septiembre de 2010

el rincon de elbace

Gracias por la sífilis

Elbacé Restrepo | Publicado el 19 de septiembre de 2010
"A tu casa vendrá, quien de tu casa te sacará". Ese refrán me ha dado vueltas en la cabeza todo el año, por cuenta del Bicentenario de la Independencia.

Cada vez que oigo la palabra bicentenario, mi cerebro la procesa y la convierte en una imagen. Es un españolete regordete, vestido a la usanza de 1800 y pico, con una barriga prominente forrada en telas de colores púrpura y oro, pantalones bombachos a la rodilla, medias veladas y zapatillas puntudas, en pose de maniquí, una pierna adelante, la otra atrás y brazos ídem. En la mano de adelante una copa de licor, importado, por supuesto, y en la otra un saco de oro, robado y que será exportado, por supuesto. Tiene la cara roja de ambición, de lujuria y de vanidad.

Para ser honesta, tengo que decir que crecí engañada: cuando estudiaba en la Escuela de Niñas María Auxiliadora, en Ciudad Bolívar, a las "señoritas" que nos "enseñaban" Historia Patria sólo les faltó pedirnos adoración para los españoles que nos descubrieron. Y yo me tragué el sapo, enterito.

Entonces nos hablaron de unos señores muy "buenmozos", así decían, con nombres muy sonoros, como de protagonistas de telenovela mexicana, que llegaron de España a bordo de tres carabelas y que, según ellas, nos trajeron muchas riquezas. No dijeron nada de lo que se llevaron y nunca sabremos con exactitud a cuánto asciende el monto de lo saqueado, cuántas mujeres fueron brutalmente sometidas y violadas por ellos; cuántos indígenas exterminados ni cuántas enfermedades mortales trajeron pegadas de su piel. Pero había que hacerles acto cívico cada año, bajo el sol rechinante del mediodía en un pueblo perdido del suroeste de Antioquia, y dar gracias a Dios por su existencia.

Oh sorpresa me llevé años después, cuando supe que los destinatarios de nuestros agradecimientos infantiles no eran tan bienhechores como decían mis maestras. Pero no las culpo. Al cabo, en los libros de historia siempre ha habido engaños necesarios para crear próceres.

Y entendí también que la palabra conquista, en el contexto histórico, no es otra cosa que el eufemismo perfecto para piratería, sometimiento y vejaciones, que duró algo más de trescientos años. Luego vino la colonización y después el movimiento independentista, que hoy celebramos a punta de conciertos.

Pero no hay que ser malagradecidos. Los pilluelos españoletes nos trajeron las palabras, la religión, los embutidos y otras cositas menos agradables. A propósito, ¡gracias por la sífilis! Y también por la discriminación. No se inventaron sino doce clases sociales, a saber: criollos, mestizos, mulatos, zambos, cuarterones, ochavones, pachuelos, tente al aire y salta atrás, moriscos, coyotes y albinos. Y cada una tenía su valor.

La verdadera celebración debería encaminarse a construir una identidad propia para los que estarán aquí dentro de doscientos años, ya no hablando sobre lo que nos dejaron y nos quitaron los españoles sino sobre lo que les dejamos nosotros a ellos. Soñemos: ¿qué tal mucho de desarrollo, civilidad, equidad, solidaridad y nada de violencia ni de injusticia social, como las que llegaron de España en las tres carabelas? Podría ser un buen punto de partida, sin muecas de desaliento en el proceso.

Tal vez así podamos celebrar nuestra verdadera independencia, no cada doscientos años sino a diario, con brindis y todo, y olvidarnos para siempre del españolete regordete. ¡Chin chín!

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