domingo, 17 de octubre de 2010

el rincon de Elbace Restrepo

Elbacé Restrepo.
La estirpe de Caín
Elbacé Restrepo | Publicado el 17 de octubre de 2010
Hablemos de la Ley 1.098, de Infancia y Adolescencia, que a lo largo y ancho de su articulado protege a los delincuentes chiquiticos, cuyas manos aún no pueden empuñar una herramienta de trabajo, pero aprietan un gatillo con facilidad.

Colombia es el único país del mundo que no castiga un homicidio, ni diez, por la edad del homicida. Pero la sociedad no está sola, a pesar de lo mal formuladas que están sus leyes. Alarmado por el fenómeno de los niños delincuentes, el departamento de Psicoanálisis de la U de A ha hecho una investigación titulada El niño homicida, un estudio psicoanalítico: la estirpe de Caín.

Entre 2007 y 2010, la Policía entregó a la justicia 20.104 adolescentes que cometieron algún delito. Dice adolescentes, sin contar los menores de 14 años. Para la Ley 1.098, que debería llamarse de derechos sin deberes, un individuo entre 0 y 12 años es un niño. Entre los 12 y los 14 no existe, está excluido del articulado, y entre los 14 y los 18 es un adolescente que puede ser penalizado. Pero las penas son blandengues y poco pedagógicas. Premian, en vez de sancionar. Los niños delincuentes no les temen ni poquito.

El homicida no sancionado, tenga 7 años o 14, desata el contagio de la peste, porque demuestra que se puede matar a otro y no pasa nada. De ahí el incremento de las acciones criminales a edades cada vez más tempranas, un aumento en la reincidencia y, de sobremesa, un ascenso en las muertes violentas de los menores, por una sola y espeluznante razón: ante la ausencia de castigo penal aparece la venganza social o justicia por mano propia: "si la ley no lo toca, yo sí". ¡Y pum!

Los niños delincuentes hacen el preescolar en el consumo de drogas, la primaria en el tráfico de armas, la secundaria en el hurto y la extorsión y la especialización en el homicidio. Pero la edad no les impide ser conscientes de que la torta se volteará en su contra. La culpa, esa especie de policía que todos llevamos dentro, es feroz en ellos y los empuja, inexorablemente, hacia la muerte. Los niños no se benefician de la ley. Son víctimas de ella porque no los responsabiliza.

Dicen los investigadores que un niño que asesina jamás vuelve a ser niño, aunque tenga ocho años, que no se morirá de viejo en la placidez de una mecedora arrullando a sus nietos y que no hará la fila en la Registraduría para sacar la cédula, porque no cumplirá 18 años.

Brincarán al estrado, otra vez, la falta de oportunidades, la educación y la desigualdad, que tardarán generaciones en ser remediadas, o nunca lo serán, pero entre tanto, una reforma a nuestras leyes nos vendría muy bien, con la conciencia de que tampoco servirá de nada si los papás no asumen que su responsabilidad y compromiso con los hijos va más allá de engendrarlos y parirlos.

La idea no es guardar esta investigación en los estantes de una biblioteca. La estirpe de Caín bien vale un análisis por parte de los jueces, los padres de familia, los maestros, los funcionarios del ICBF y todos los llamados a ponerle el pecho a nuestra realidad, porque incide en los modos de comprender y de intervenir sobre estos sujetos que tienen la sociedad vuelta mi?seria.

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