domingo, 24 de octubre de 2010

el rincón de Elbacé Restrepo

Fregada de modelo


Elbacé Restrepo
Publicado el 24 de octubre de 2010

Si don Rafael Arango Villegas estuvo fregao de ángel en su infancia, yo estuve fregada de modelo en la mía. Y todo porque un dedo arbitrario de la tía Sofía me eligió para desfilar un día, gracias a la genial idea de ella y sus amigas, entonces estudiantes de último año de bachillerato, de organizar un desfile de modas para recoger fondos a favor de no sé qué carajos. Yo me opuse, presa del pánico, pero en esa época no sabíamos de los derechos de los niños, no existía la tutela y no hubo otra opción posible: desfilaba o desfilaba.

Yo tenía siete años y era dolorosamente fea: lo que me sobraba en ojos me faltaba en dientes. Ni siquiera me adornaba el pelo, porque me lo habían cortado al estilo "gamín" para erradicar una colonia de piojos que llegó de visita. Los bichos no sólo se amañaron sino que nacieron, crecieron y se reprodujeron en cantidades alarmantes. Algunas pecas se asomaban ya por los cachetes y mantenerme en pie era un desafío a las leyes de la física: las piernas parecían de alambre dulce. Y, aún así, ¡me eligieron de modelo!

Los ensayos fueron lancinantes. Pero no menos que el desfile final, en un recinto lleno de gente. La pinta que me pusieron resultó más fea que el gancho. Fue imposible hallar la horma para tantos huesitos y tan pocas carnitas. La tía y sus amigas, con un fastidio elevado a la máxima potencia, se burlaban sin misericordia de mi dificultad para caminar como ellas querían, y de mi total incapacidad para hacer un giro en pasarela con las manos en la cintura.

"Parece un muñeco de cuerda", decían las muy infames. Y "el símil se me fue hasta el alma", como a don Rafael. "¡Fue una estocada!, ¡la puntilla!, ¡un cañonazo! Allí mismo me emperré, solté a llorar, a todo pulmón, y, en vez de seguir para la fotografía, me fui corriendo a la casa, me quité las alas, las volví pedazos y me metí debajo de la cama". Yo también.

No tuve alas para romper, pero esa noche me hice la promesa de odiar a la tía por el resto de mi vida. No cumplí. Volví a quererla al otro día y le perdoné las ofensas recibidas, aunque me fregó de modelo para siempre y me dejó un inmenso temor al ridículo, aún sin superar.

Hoy, con el recuerdo vivo, siento admiración por los pocos hombres y mujeres serios, dignos e inteligentes que desfilan por una pasarela y se han cultivado académicamente, tienen una profesión alterna y un espíritu más cuidado que sus cuerpos. Y una lástima grande por los muchos que se rindieron ante el efímero mundo de la apariencia, de los escándalos y los excesos, de las dietas y los gimnasios, de la belleza prefabricada, de la anorexia, de los desnudos "artísticos", de la depresión hasta el suicidio, de las drogas, de la prostitución prepagada y de tanta vanidad nociva que nos hace mirar ese gremio de reojo.
Ahora que rebobino la cinta, caigo en la cuenta de que Natalia París no había empezado a dar lora todavía, y en la televisión, por esos días, sólo veíamos el Oso Yogui y Plaza Sésamo.

¿De dónde se colige que yo supiera modelar?

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