domingo, 16 de enero de 2011

El rincón de Elbace Restrepo

"Dulcineas" para el alma


                                                                     Elbacé Restrepo  Publicado el 16 de enero de 2011

Le dicen Pícolo, con tilde y sin doble c, pero se llama Carlos. A la pregunta de Carlos qué, dice simplemente "Anntooniiiio", con el dejo obligado de la obviedad. Tiene dieciséis años y pocos dientes. Diseñando su sonrisa se graduarían muchos odontólogos de varias especializaciones.

Sus ojos son grandes, negros, crespos y curiosos. Los abre con la ansiedad del que no quiere perderse de nada. Sonríe fácil y conversa sin complejos. No sabe de oportunidades, pero eso no ha sido disculpa para delinquir. Va a repetir primero de primaria y se ocupa, los fines de semana, de acomodar carros en la zona de parqueo, pero a veces cambia de oficio: atiende a los visitantes. "Cuando quiera chunchurria me dice que yo se la traigo". Con mucho gusto y de parte aseada. No conoce a Medellín, pero gracias a alguien que se conmovió, con el permiso de su familia estará por aquí una semana. Quiere ver cine en 3D, montar en metrocable y conocer un centro comercial.

Pícolo es mi disculpa más reciente para hablar de mi terruño, y es nuevo en mi inventario de personajes locales. Muchos desaparecen así como llegaron, pero todos, cubiertos por un polvillo de añoranza, han dejado sus huellas en la memoria colectiva.

Volver al pueblo donde uno nació, llámese como se llame, es un ejercicio de nostalgia que nos devuelve a una época inolvidable, cuando creíamos que nuestro "inmenso" territorio era todo el universo, aunque la retina infantil no abarcaba más allá de lo que se veía por encima de los samanes de la plaza. Una nadería comparada después con la extensión de la Tierra, pero que logró atarnos, irremediablemente, y para siempre, a un pedazo de suelo donde muchos somos más felices que en cualquier otro lugar del mundo. A mí, personalmente, me pegaron con pegaloca extrafuerte a las raíces de la ceiba. Y a mis raíces.

¿Serán las vivencias? ¿Serán los señores recuerdos que se llevan entre pecho y espalda, en el andar y en el hacer?, porque los seres humanos no dejamos nada atrás. "¡Oh!, ¿que será, qué será?". No lo sé con certeza, pero volver a ver las caras amables de siempre, o las siempre adustas, entrar a la iglesia de tantos domingos, pasar por la escuela aunque ya no esté la "señorita", notar cómo envejecen las amigas de mi mamá, confirmar que las de mi abuela ya no pisan las calles y ver la camada que empieza a recorrerlas, es traerse un costalado de "dulcineas" para recargar el alma.

Quienes volvemos de puente en puente, en agradecimiento por los beneficios recibidos, deberíamos asumir un compromiso que incluyera algo menos egoísta que calmar los antojos de comida y de rumba. En la medida de nuestras capacidades podríamos retribuirle al pueblo los afectos, la acogida y, sobre todo, la esencia de lo que somos.
Apadrinar un estudiante veredal, "adoptar" un viejito del asilo o pagarle el restaurante escolar a un niño pobre, puede ser un buen punto de partida. Yo, por mi parte, ya tengo definido mi objetivo. ¿Quién me sigue?

Extraido de el colombiano.com

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