domingo, 1 de mayo de 2011

el rincón de Elbacé Restrepo

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Elbacé Restrepo

Un país (legalmente) inviable

Elbacé Restrepo | Publicado el 1 de mayo de 2011
Iba a titular simplemente "Un país inviable", para referirme a las vías, destruidas en casi todo el territorio nacional, gracias a las lluvias, que tienen convertida la Nación en un paisaje de desolación, miseria y tragedia.

Pero se me atravesó, hasta las lágrimas de rabia y de impotencia, el reguero de corrupción por el que caminamos. A cada paso brinca un sapo podrido, como el de la vieja Inés de nuestras retahílas infantiles, y no solo brinca, sino que, además, trae pegados de la espalda otros peores.

Los "romanticotalegones", como yo, ingenuos crónicos de nacimiento, ignorantes y desconocedores de los intríngulis y de los hilos invisibles del poder, todavía nos sorprendemos ante los alcances de los corruptos, bien pertenezcan al nivel 1 del Sisbén o al estrato más alto de nuestra sociedad.

La descomposición social no obedece necesariamente a la falta de oportunidades, tan generalizada, sino que también puede venir de la formación en el hogar.

Desde la casa nos encargamos de invertir los valores, de manera cotidiana e imperceptible: "diga que no estoy", cuando alguien con quien no queremos hablar llama por teléfono o a nuestra puerta. Al quedarnos impasibles, y muy sonrientes, cuando nos devuelven de más, ("quién los manda a ser tan elevados"), o cuando alguien, urgido de un empleo, compra a precio de huevo un certificado pirata que le ayude a robustecer la hoja "indebida". Estas y otras bagatelas por el estilo, son la cuota inicial de otros delitos no tan inocentes:

Sobornar al agente de tránsito por no asumir la responsabilidad de una infracción, o al contrario, permitir que entre cálculos, intimidación y multiplicaciones nos induzcan a pagar un cobro ilegal para evadir la multa, es un círculo vicioso que no ofrece la posibilidad de tener, algún día, un país viable en materia de legalidad.

Guardar silencio cuando algún servidor público se vende por unos denarios, o por muchos millones, es una costumbre común pero no normal, para la deshonra de las instituciones, que deberían estar por encima de estas prácticas viciosas, con visos de delitos, que en sus investiduras se vuelven manchas que destiñen los colores de la patria.

Pero tampoco ayuda la administración de la justicia, que no tiene pies ni cabeza.

Las contradicciones son denominadores comunes que no permiten creer en su eficiencia: cuando suelta a los delincuentes apresados, aduciendo fallas en el procedimiento, bien sea por mal trato al detenido o por alguna informalidad en el arresto, o cuando condena a algunos inocentes.

Hay mucho actor con ansias de protagonismo en el escenario de la justicia, por encima de las instituciones y del bien común. Difícil entender, de otra manera, que a unos delincuentes les conviertan sus celdas en mansiones. Que a unos militares ancianos los condenen a treinta y cinco años de cárcel y que a quienes han originado los acontecimientos más funestos de nuestra historia los nombren funcionarios del Estado o los elijan como gobernadores.

Por esa mala costumbre de tragar entero y de no hacer de la verdad un principio rector de vida, la honradez y la justicia seguirán sepultadas en cada derrumbe de nuestra geografía, aun en pleno verano.

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