domingo, 8 de mayo de 2011

EL RINCÓN DE ELBACE RESTREPO


Elbacé Restrepo
                                                    "Y desearía nunca estar lejos de mamá"
                                                Elbacé Restrepo | Publicado el 8 de mayo de 2011

En la cofradía de mis amigos adoptamos una palabra para resaltar un hecho de cierta relevancia para alguno: "plumero". Estar forrado en plumas es tener un motivo para desfilar, cual pavo real en el mundo de las gallinas saraviadas, conservando la humildad.

Hace unos meses tuve un plumero de los más emotivos. Mi hijo adolescente, que tantas veces hace gala de madurez precoz, de mucha independencia y de actitudes del tipo "no-necesito-de-nadie-en-este-mundo", tuvo un ataque de mamitis al encontrarse por fuera de la casa. "Y desearía nunca estar lejos de mamá", escribió en su página de facebook.

Casi me derrito de amor cuando lo supe. Y de orgullo, ¡porque lo merezco!, pero yo deseo que este jovencito, tan mío y tan ajeno, emprenda el vuelo, igual que su hermana, cuando sea el momento. Que hagan de sus sueños una hoja de ruta y se marchen tras ellos.

Me pregunto, con algo de ansiedad, qué empacarán ese día en su morral. Aspiro a que se lleven un paquete de recuerdos, de preferencia buenos. Y que logren transformar los malos, a veces tan inevitables, en experiencias que después formarán sabiduría. Ojalá se lleven sus rabietas injustas, sus exigencias ocasionales y sus dictaduras esporádicas.

Que no se les olvide agradecer por la ternura, el amor, los cuidados y el respeto recibidos. Incluso que recuerden, con una sonrisa, las lágrimas lejanas, producto del regaño merecido, del antojo no comprado y del permiso negado que marcó la diferencia entre la autoridad responsable que edifica y la alcahuetería que envilece.

Seguro, alguna vez, extrañarán la intensidad de la mamá preocupada. Quién sabe si juzgarán lo que hice de más o lo que dejé de hacer.

Ser madres no nos hace excepcionales de por sí, ni mucho menos perfectas. Que todas las mamás dan la vida por sus hijos y que todos los hijos idolatran a sus madres, es un mito revaluado y puesto en entredicho, tanto como las infamias cometidas en nombre de "la cucha". Pero me estoy desviando. Dejemos ese arroz en bajo.

Volviendo al día de dejar el nido, deseo que se vayan sin irse. Me apropio de una poesía de don Fidel Cano, dedicada a sus hijos en la Navidad de 1891, para decirlo más bonito:

"Cuando leer queráis de vuestra vida la hoja más querida, tornad aquí, tornad en Nochebuena.

¿Sois felices? Traed vuestra alegría, traedla en este día; ¿padecéis? Pues venid con vuestra pena".

No importa que estén lejos si al volver la mirada descubren que valió la pena nacer de una mujer que les dio, además de la vida, una caja de herramientas para arreglar las averías en el viaje.

Un día no estarán cerca de mamá, pero regresarán, de tarde en tarde, en busca del guiño cómplice que apruebe un proceder, o del tonito que nunca dejará de prevenir. Pasen, amores, la puerta está ajustada, no se cierra jamás para los hijos.

Y volviendo al morral, deberían llevarse el espejo para cuando sean padres, en cuyo caso les será de gran utilidad un retrovisor. ¡Se acordarán de mí!

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