domingo, 21 de marzo de 2010

LOS ANIMALES TAMBIEN NECESITAN AMOR


Nélida, los animales y el amor

ESTA SEÑORA DE Donmatías convirtió su finca en un refugio para los animales callejeros. Una labor costosa, pero que le llena de felicidad.
Gustavo Ospina Zapata | Enviado especial Donmatías | Publicado el 21 de marzo de 2010
Cuando Luna llegó a la finca, hace año y medio, estaba desnutrida y ni siquiera tenía alientos de abrir la boca para comer, "era un esqueleto con cabeza, la cosa más triste del mundo", relata doña Nélida Ramírez, la mujer que rescató a esta perra de las garras de la calle, que hieren, atropellan y al final terminan con la vida de cualquier animal si no le aparece un ángel protector.

Hoy, Luna es una perra gorda, fuerte, casi como un cerdo, y corretea feliz por toda la finca de doña Nélida. Por eso, cuando ella llega, Luna hace todos los esfuerzos por ser la primera en saludarla. No le queda fácil, pues como espermatozoides a la caza de óvulos, tras Luna salen Niño, Spod, Lucas, Pelusa, Sombra, Consentido y varias decenas más de perros y gatos que conviven juntos.

Todos se ven fuertes, gordos, rozagantes, y por eso, con sus fuerzas, a veces la tumban. Nélida, como ya sabe la vaina, prefiere dejarse caer con suavidad y entonces ahí, en ese instante, empieza la más tierna historia de amor que uno pueda ver entre seres humanos y animales.

Unidos, gatos y perros se le suben encima. Mientras Consentido brinca para que lo cargue, Luna le lame la cara, Niño las orejas y Spod le sube las patas delanteras al estómago y le mueve la cola.

-¡Ay mi niña!, ¡ay tan linda!, pechocha linda-, dice Nélida con ternura de madre, de ángel, de un ser desprendido de todo y transformado en un animalito más que quiere y se deja querer sin regateos ni amarres.

Cuando lo normal es que perros y gatos se agarren, en la finca de Nélida ocurre lo contrario: todos juegan, se juntan, se corretean no para agredirse ni huir los unos de los otros sino para fundirse en un único y solo sentimiento, el profundo amor que le profesan a esta señora, una matrona que un día dejó que su corazón se llenara de compasión y decidió ser la salvadora de los animales callejeros del pueblo.

Una nostalgia
-Todo empezó desde niña, porque donde vivíamos mi mamá no me dejaba tener perro y yo me moría por uno, pero la pobreza no permitía-, recuerda Nélida, muy reconocida allí por su labor.

Ella se dedicó a recoger los perros y gatos que ambulaban flacuchentos y tristes por las calles y a darles una vida digna, una vida como la de los humanos, pues para ella, los animales sienten igual que las personas.

Pero fue hace cinco años cuando el corazón se le iluminó del todo. Cansada de ver perros sufriendo en el parque y las calles de Donmatías, decidió proteger a los que más pudiera. Narra que el primero fue Girasol, una perra que con sólo verla le hacía salir las lágrimas.

-Tenía úlcera gástrica, le pagué veterinario, operaciones y tenía que darle droga para el dolor. Se murió, pero quise darle buena vida-. Y añade que incluso la enterró en la finca, como hace con todo animal que se le muere.

Estrictamente seria, doña Nélida no tiene pelos en la lengua para encarar a la persona que en su presencia atropella un animal. Incluso, una vez demandó a un conductor que, por pura mala fe, le atropelló una perra. Dice que le dolió tanto, que lo denunció no para sacarle plata sino para enseñarle a respetar a un animal indefenso.

Al recordar ese episodio, la cara se le pone dura y triste, pero la manada de perros y gatos a su alrededor, de nuevo la enternecen. Entonces, su voz recia se transforma en una vocecita infantil que les habla con ternura mientras los acaricia.

-Venga mi nenita linda, a vel, a vel, mi niñita-, le dice a Niña, su perra negra.

Y recuerda las historias de algunos de estos animalitos que hoy corren alegres por los jardines de su predio.

-Simón, cuando lo recogí, era una cola con cabeza, lleno de lagañas, y Niño era un forro con huesos, no, no, no, ¡qué tristeza!-.

En su finca, Nélida también tiene gansos, patos y pavos reales que también corren hacia ella para darle cariñitos. Además, cría palomas, cerdos y otras aves. En su particular zoológico, no hay espacio para las peleas ni para el sufrimiento.

Por eso, no se ve a ningún gato persiguiendo palomas ni felinos huyendo de los perros. Juntos, caminando o alzando pequeños vuelos, todos conviven en armonía, porque a los animales también se les puede enseñar a amar y a respetarse entre sí.

-Como son más nobles que las personas, aprenden fácil-, apunta esta dama, a la que paradójicamente algunos -muy pocos por cierto- critican por su labor.

Pero los que más le interesa que la apoyen, están con su lucha. Son su esposo Francisco Osorio y sus hijos Jaime, Hugo, Roberto, Andrés y Andrea, todos ya adultos y con sus vidas definidas.

-Se lo digo con sinceridad, me da miedo morirme por los animalitos más que por ellos, que ya saben defenderse solos, aunque ellos los quieren y también los atienden, pero no sería lo mismo.

Y tal vez tenga razón. Ninguno como ella los amará a morir, los querrá hasta ser capaz de pelear contra quien los agreda. Ninguno les hablará al oído con tanto amor como lo hace ella ni nadie dejará que todos se le suban encima a lamerla y a pegarle mordisquitos de cariño.

Sólo a Nélida se le parte del todo el corazón cuando va por la calle y un animalito la mira con la cara triste.

Y como ya no puede recibir o recoger más porque no le alcanzan los recursos, hace un llamado para que otros la apoyen, tanto particulares como la misma Alcaldía, pues en Donmatías el problema de los animales callejeros es grave, tanto, que lo que ella hace es apenas una pequeña cuota de todo lo que habría que hacer por ellos, para salvarlos de la calle, del hambre, de los atropellos y el maltrato, todo eso horrible que les pasa a los que un día los humanos arrojaron a la calle y al olvido cuando ya se hicieron viejos y las fuerzas no les alcanzaron ni siquiera para ladrarle a un desconocido.

EXTRAIDO DE EL COLOMBIANO

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