domingo, 26 de diciembre de 2010

El Rincón de Elbace Restrepo

La casa en el agua
Elbacé Restrepo.

La casa en el agua

Elbacé Restrepo | Publicado el 26 de diciembre de 2010
Afuera llueve. Truena, relampaguea y sigue lloviendo. Por estos días tengo el sentimiento entreverado, convertido en una paleta de colores mezclados. Se alcanzan a ver, difusos, el rojo y el verde de la Navidad, pero prevalece el café pantanoso del invierno inexorable. Quisiera deshacerme, como por arte de magia, de esa provisión de imágenes dolorosas que han visto mis ojos, pero es imposible: por fortuna, la indolencia no me alcanza.

Ojalá les lleguen pronto las soluciones definitivas a los damnificados, tan pronto como lo permita la burocracia. Mientras tanto, bienvenidos siempre el mercado y la cobija confiados a la Cruz Roja, o los aportes en dinero entregados a las instituciones encargadas de canalizar recursos, pero ¿quién podrá devolverles a los afectados lo vivido en sus casas de siempre, en sus pueblos de siempre? Me parten el alma quienes se han quedado sin tierra, o quienes, por el contrario, les ha caído demasiada encima. Los que tuvieron que salir de sus lugares anegados en busca de una parcela seca para empezar de cero. Los que se quedaron sin donde vivir porque ahora tienen la casa en el agua, fue derrumbada por la fuerza de la tierra húmeda o tuvieron que desalojarla porque el peligro del deslizamiento se cierne sobre ella.

Pero más que dolerme la pérdida de la edificación en sí, que puede ser de ladrillos, de cartones o de tablas, me duele lo que entraña la palabra "casa", de la que casi todos tenemos una historia pegada de la espalda y que a ellos se les volvió nostalgia.

Casa de mamá, de abuelos, de la hermana o de la tía. Casa de uno y de todos, punto final de los caminos después de la jornada, donde es más rico dormir que en cualquier albergue improvisado. Casa de sonrisas, de abrazos y de café a cualquier hora. De comidas calientes en un comedor lleno de gente que habla al tiempo.

Casa de visitas, de alegrías y de problemas, porque la vida no es plana. Casa de abrazos, de encuentros y de despedidas. Casa de intimidades.

Casa de afanes y de dos palabras, pero tan lindas que el alma hace piñata todo el día. Casa de silencios de mil horas. Casa de angustias y de buenas noticias, de nacimientos y de muertes.

Casa para compartir y para recibir. Para contar cuentos y también platica. Para poner un florero que alegre la mañana gris o para festejar un corazón feliz. Casa de vidrios limpios para que el rayo de sol no se quede atrapado en una telaraña.

Casa donde uno es uno, auténtico. En medias, descalzo o en piyama. Con el pelo revuelto y el maquillaje ausente. ¡A quién le importa!

Casa del sillón preferido para pensar, para leer o para soñar despiertos. Para hablar por teléfono un instante o de tiro largo.

Casa para barrer penas, trapear congojas y tejer ilusiones. Casa para volver siempre después de haber salido. Casa para añorar inmensamente cuando ya no existe, después de un aguacero incesante que la borró de la nomenclatura.

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