domingo, 13 de marzo de 2011

El rincón de Elbace Restrepo

El reino de los tontos
Elbacé Restrepo

El reino de los tontos

Elbacé Restrepo | Publicado el 13 de marzo de 2011
En Bolívar y en Jardín a la extravagancia le decimos "bureo", una palabra que me encanta usar, pero que me cuido de que puedan arrojármela, cual guijarro al corazón, porque es opuesta a un principio del que soy defensora convencida: la sencillez, especialmente en una de sus acepciones: que carece de ostentación y adornos.

La excentricidad tiene mucho que ver con el poder adquisitivo, pero no siempre con el buen gusto.

Los artistas hacen de ella un ejercicio para mover la caja registradora. Inolvidables Michael Jackson, su cambio de color de piel y su país del Nunca Jamás. Ahora la reina de lo estrafalario es Lady Gaga, con sus vestidos de carne y la loción que contendrá su sangre. Ojalá informen los puntos de venta, para no pasar ni por equivocación.

Sin embargo, no sólo la necesidad de figurar a como dé lugar es excentricidad. El descaro también. La desfachatez de los parapolíticos presos haciendo fiestas en la cárcel es un botón para la muestra, pero es una simple poma al lado de los delincuentes que se roban las millonadas en Colombia y exigen ser investigados en Miami. ¡Muy exóticos!

Hay genios, locos y excéntricos, sin que sepamos bien dónde está la línea divisoria. Pero a la vuelta de la oreja tenemos muchos que han confundido la originalidad con el absurdo. Lo peor es que, buscando ser distintos, han terminado por ser todos iguales: estrambóticos, ridículos y hasta risibles. Hay quienes tienen dos carros para el gasto y otro para el fin de semana. O cuarenta pares de zapatos en un escaparate esperando que se los pongan? ¡a una niña de tres años!

Para disponer que sus cenizas sean arrojadas al ciberespacio uno tiene que ser muy ególatra, tener mucha plata y contar con alguien más estrafalario que esté dispuesto a cumplir con la última fantochada del difunto. En Medellín, según leí, hay un candidato al viaje sin retorno, que cuesta cincuenta mil dólares. Claro que otra alternativa más barata y terrenal es perpetuarse mediante el proceso de convertir las cenizas en un diamante humano, por una módica suma que oscila entre 3.000 y 12.000 euros. ¡Vaya joya!

La sencillez, en cambio, adobada con espontaneidad, deja ver la encantadora autenticidad que sale por los poros sin ningún esfuerzo. Cuando hay simplicidad en las formas de vivir, de hacer y de ser, se activa un imán que atrae, sin necesidad de buscarlas, la serenidad y la honradez de quien no vende poses rebuscadas.

Nada que ver con conformismo ni derrota, pero sí con humildad, libertad y paz interior, porque cuando se escapa a lo superfluo, a la cosmética, al tener solo por acumular y mostrar, se valoran las verdaderas cosas que nos hacen humanamente ricos, como el amor, la amistad y la alegría. Y claro, también el desamor, la tristeza y el llanto, porque tanto vale una sonrisa como una lágrima. Ambas evidencian que estamos hechos del mismo material, aunque algunos se crean ajustados con platino, se pavoneen por el mundo y hagan de él su reino de los tontos.

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