domingo, 10 de abril de 2011

el rinco de Elbace Restrepo

Gamines de tribuna, ¡a chupar banca!
Elbacé Restrepo

Gamines de tribuna, ¡a chupar banca!

Elbacé Restrepo | Medellín | Publicado el 10 de abril de 2011
A nuestra ya complicada descomposición social, ahora hay que añadirle el fatal encuentro de las barras en un partido de fútbol, que agrava aún más la situación de (des)orden público. ¡Otra pata que le nació al cojo!

Un colegio, vecino del estadio, se vio obligado esta semana a modificar el horario de salida de los estudiantes. ¿Motivo? El clásico 266 entre el Medellín y el Nacional. La determinación fue tomada bajo la presión del miedo, ante el caos generado por los hinchas delincuentes. Inadmisible que incluso nuestros horarios, costumbres y rutinas, dependan de ellos.

Excluidos de esta diatriba los hinchas auténticos, que son muchos y merecen todo mi respeto, me parece que no debemos seguir arrodillados ante esa caterva de vagos, oportunistas, asesinos, viciosos, agresivos, destructores, atracadores, resentidos y maleducados, gamines de tribuna y delincuentes de profesión que, en nombre de la pasión que despierta el rey de los deportes, hacen y deshacen sin Dios y sin leyes contundentes que impidan su anarquía.

Las medidas que se toman en cada fecha son inconsecuentes, pero cuestan un ojo de la cara. Bajita la mano, trescientos millones de pesos cada operativo, para que los lleven a la Macarena. ¡Valiente sanción tan pendeja! Mejor les vendría una buena chupada de banca trancada con dos diminutivos adicionales: más lejitos y por más tiempito.

Toda la policía es acuartelada en el estadio y sus alrededores, mientras el resto de la ciudad queda indefensa. No todos los malandrines van a fútbol, aunque lo parezca.

Se montan cuatro anillos de seguridad para que no entren armas ni drogas, pero cuando la autoridad va, los pillos vienen. Como ardillas de dos patas se trepan a lo más alto de los árboles de las cuadras aledañas y allí, entre las ramas, dejan lo suyo. A la salida recogen lo escondido y ¡sálvese quien pueda! No sólo se matan entre ellos sino que agreden a los transeúntes, le tiran al Metro, rayan con aerosol los frentes de las casas, quiebran vidrios y atracan los locales comerciales. A propósito, una pregunta suelta: ¿cuánto puede haberse desvalorizado una propiedad cerca del estadio? Y ni hablar de los negocios, ¡regalados son caros!

Ir a fútbol degeneró en una actividad de alto riesgo. Cualquiera en sus cabales, por instinto de conservación, mira un estadio a kilómetros y con el mismo terror que un campo minado.

Menores de la mano de sus padres deberían ser siempre bienvenidos, pero resultaron castigados ellos y premiados los culpables reincidentes de todas las edades. Mientras se prohíba el ingreso de niños a ver jugar al equipo que los hace suspirar, adiós a la posibilidad de un relevo generacional en la hinchada y a una posible solución del problema mediante educación y concientización, por un lado.

Y por el otro, en opinión de un amigo, "el día que se impongan penas de ocho años de cárcel, inconmutables, y se divulgue por la prensa el listado de encarcelados (donde diga: de la barra X, hay tantos condenados y de la barra Y, hay tantos condenados), podría haber una luz de esperanza".

Antes, ñao, como decimos en Bolívar.

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