domingo, 17 de abril de 2011

el rincón de elbace Restrepo




Los almanaques de un roble
Elbacé Restrepo | Medellín | Publicado el 17 de abril de 2011

Hace muchos, muchos años, conocí a un hombre que me deslumbró. En un principio no fui consciente de lo que llegaría a representar en mi vida, pero después cobró tal importancia que, sin darme cuenta, se convirtió en una suerte de espejo masculino en el que vi reflejadas incontables virtudes que quise aprender. Luego, con la madurez que dan los años, empecé también a ver defectos, por cierto muy propios de la condición humana, que yo hubiera preferido no aprender, aunque algunos se me contagiaron, para ser sincera.

Inicialmente admiré su estatura, no sólo la física, también la moral. Mi pequeño mundo se llenaba con solo verlo parado frente a mí. Era inmenso, inquebrantable. Cuando por vez primera oí el símil de roble para referirse a un ser humano, la figura encajó perfecta en él, pero sembrado en tierra de capote.

En un mundo donde muchos le huyen a la responsabilidad con la misma rapidez que yo a un ratón, él asumió la suya sin desmayos, con las ganas que sólo dan el amor y la certeza del deber ser.

Me conquistó su generosidad. Aunque muchas veces no alcanzó para la suntuosidad y la chequera estuvo en riesgo de sobregirarse, él sopló para que yo pasara y ninguna necesidad básica quedara sin suplirse.

Su sonrisa es fácil. Su mal genio también. Una comida caliente le sube el apellido al límite de la paciencia, pero jamás una explosión para lastimar a otro ni mucho menos un maltrato físico prodigado contra nadie. Una sola vez levantó su mano contra mí, con un pañuelo blanco. ¡Vaya paliza! Pero me dolió tanto como si hubiera sido con el zurriago, en serio.

Mal negociante, buen perdedor. No sé de nadie que haya sido víctima de un abuso suyo, porque sus principios morales y su palabra de honor son tan consistentes que ni la más grande de las tentaciones hubiera podido derribarlos. De tenerlos siquiera la mitad de la humanidad, el mundo hoy sería un paraíso.

Político por gusto, conservador por convicción. Muchas veces estuvimos de acuerdo en el empeño de elegir al que nos parecía mejor gobernante para la ciudad, el departamento o el país. Uribe nos separó hace ocho años. Yo a favor, él en contra. Así nos convertimos en contradictores políticos, aunque el respeto siguió intacto después de cada apasionada discusión.

Campesino puro, de carriel, sombrero y ruana, criado entre montañas y muy inteligente, resultó poco tierno y nada zalamero, pero entendí que cada quien tiene su manera de demostrar cariño y que él tiene toda la jugosidad de la sandía, además de su simpleza. Sin embargo, muchas "dulcineas" de su parte nos endulzaron la existencia y permanecen pegadas del recuerdo.

Hoy, que empiezan a notarse los efectos del paso inexorable de muchos almanaques sobre él, que sus piernas son débiles y sus pasos inseguros, que ya no es como un roble gigante sino como un bambú gigante, no me queda más que agradecer con respeto y orgullo, su nobleza y buen ejemplo.

En vida, a mi manera y sin modestia, para un papá que se merece más, un reconocimiento desde mi corazón. Muy subjetivo, por demás, toda vez que se trata del mío. ¡Gracias, pa!

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