domingo, 2 de mayo de 2010

El rincon de Elbace

¿Viejita yo? Tal vez la cédula
Elbacé Restrepo

¿Viejita yo? Tal vez la cédula

Elbacé Restrepo | Publicado el 2 de mayo de 2010
Refiriéndose a una señora que acababa de conocer, me dijo mi hija hace unos años: "es viejita como tú, mami".

Entonces yo andaba por la treintañez y sufrí un colapso, pero conservé la calma y le dediqué la mejor de mis sonrisas, aunque fingida. Corrí al espejo, sólo por curiosidad. Me vi sin arrugas, sin canas y con los dientes en su punto. Levanté una rodilla y luego la otra, hice dos cuclillas y tres abdominales, comprobé que aún podía tocar con las manos los dedos de los pies sin mucha dificultad y me concentré en mí misma "por dentro". ¿Estaría mi espíritu envejeciendo a un ritmo más acelerado que mi cuerpo o era una apreciación de perspectiva infantil, con la típica dosis de crueldad que caracteriza a los pequeños? Me consolé con la segunda opción. ¿Viejita yo? Tal vez la cédula.

Cuando se murió mi abuelo, de 76 años, hasta entonces la persona más vieja que había conocido, empezó a parecerme muy anciana mi mamá, que no tenía cincuenta. Y ahí estaba mi hija restregándome en la cara, sin ninguna muestra de delicadeza, mis treinta y pico de años. Ahora marco con el cuatro y, aunque no me incomoda la edad, tengo que reconocer que las circunstancias han cambiado.

Todavía hablo de corrido, pero debo ponerme las gafas hasta para comer, porque la presbicia ha venido a hacerme compañía. No soporto los ambientes ruidosos y empiezo a sentir nostalgia de los tiempos en que podía acostarme tarde y levantarme temprano, sin elegir entre lo uno o lo otro. El chicharrón cada vez tiene menos patas y los frisoles por la noche son un recuerdo feliz, pero lejano. También he empezado a adicionar vitaminas en mi dieta y siento que dos tragos por evento son más que suficientes.

De un tiempo para acá valoro como nunca la importancia del ahorro, me preocupa la idea de ser una viejita caprichosa y hasta he pensado en los nombres que me gustarían para mis nietos. ¡Dios mío! ¡Dije nietos!

Las contradicciones de la condición humana no tienen límites. No queremos morir jóvenes, pero nos estremece cualquier signo de envejecimiento. ¡Vaya lío!

Yo, por lo pronto, voy de frente hacia las canas y, aunque las arrugas empiezan a insinuarse, jamás sabrán del Botox. Me he propuesto conservar la forma humana de mis labios, no la de pato que adquieren quienes se los rellenan para no sé qué carajos. Las tallas han variado, pero quiero llegar con dignidad a la vejez. Por eso me despedí para siempre de las camisetas ombligueras y los escotes pronunciados los dejo para quienes necesitan llamar la atención unas pulgadas más abajo del cerebro.

Me siento vital y saludable, madura sin ser vieja. Agradezco a la vida por las encrucijadas del alma que me hacen vibrar, por los chistes flojos o finos que me hacen reír y por el sol que vuelve a salir siempre después de que el mundo se me cierra; y por no tener que presentar otra vez los exámenes del ICFES, pero sobre todo, por haber comprendido la importancia del ser, mucho más relevante que la del tener, mientras espero sin afanes el momento de no hacer.
 
extraido de el colombiano.com

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