domingo, 22 de agosto de 2010

El Rincon de Elbace Restrepo



De mentiritas
Elbacé Restrepo | Medellín | Publicado el 22 de agosto de 2010
De un fragmento del discurso del presidente del Congreso, Armando Benedetti, en la posesión presidencial de Juan Manuel Santos:

"Los ciudadanos [?] por anticipado no creen en nuestros programas y ofertas electorales. Nos dispensan escandalosos niveles de tolerancia frente a la mentira. Hasta tengo la impresión de que los ciudadanos piensan que la mentira es viable y factible, y que hace parte de nuestro oficio y de nuestras rutinas".

¡No! ¿En serio? ¿Y este señor qué come que adivina?

Pero hay una salvedad que es a la vez un agravante: la acción de mentir no se circunscribe únicamente al recinto donde se reúnen políticos. La mentira nace silvestre, ronda, estorba, da tajada y pulula como un comportamiento frecuente que oscila entre lo detestable, lo útil y lo necesario.

Para el Maestro Fernando González, el de Otraparte, no mentir nunca debería ser el único mandamiento del hombre, hasta el final de sus días, pero tienen más eco los embustes de un político que los pensamientos de un filósofo.

Mentimos para engañar, de manera intencional, aunque en psicología dicen que se tarda más "armando" una mentira que diciendo la verdad. Aclaro que ese armando es de armar, de disponer, de aparejar, no de Benedetti.

Platón hablaba de la mentira noble, usada por gobernantes para preservar la armonía social. Pero eso pasaba en los tiempos de Platón. Ahora, con Chávez, se sabe que los gobernantes mienten para preservar la armonía con su electorado, con Colombia, con la oposición, con las Farc, con Piedad, con Dios y hasta con el diablo. Y Mark Twain hablaba de la mentira, la maldita mentira y las estadísticas.

Mentir es una acción socialmente aceptada, unas veces como mecanismo de defensa y otras como arma mortal para acabar con alguien. La mentira de grueso calibre implica consecuencias graves para las víctimas, pero a la vez, una oportunidad grande y placentera de reivindicación. Ejemplo: el tal don Berna y sus compinches con su fallida pretensión de enlodar al alcalde de Medellín y, de paso, de perturbar la institucionalidad. Se comprueba que más fácil cae un mentiroso que un cojo, aunque se conjuguen estas dos condiciones en un solo personaje. ¡Chao, "donbernabilidad"!

Y cómo olvidar la mentira piadosa, que a todos nos ha sacado alguna vez de apuros, o muchas veces. Es una falsedad dicha con una buena intención, que generalmente no causa daños irreversibles ni catastróficos, a no ser que haya alguien incapaz de perdonar a sus papás por el cuento aquel de los regalos traídos por el Niño Jesús, por ejemplo.

Hay mentirosos compulsivos que adornan y exageran sus historias para hacerlas más dramáticas. Todo cuanto dicen hay que dividirlo por cuatro y aún así dejan dudas en el alambrado.

Entre cielo y tierra todo se sabe. Por eso siempre será mejor la verdad, aunque duela, que el engaño premeditado de una mentira que destruye la confianza, a veces para siempre. Pinocho y el pastorcito mentiroso lo saben muy bien.

La verdad no desaparece nunca, en alguna parte yace. Casi siempre se queda agazapada en los recodos de la conciencia, para qué más.

No pretendo justificar al mentiroso, pero ah difícil que alguien pueda salirse del talego. Quien no haya dicho jamás una mentira ¡que escupa y no se ría!

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