domingo, 12 de diciembre de 2010

EL RINCóN DE ELBACE

Ven a nuestras almas
Elbacé Restrepo

Ven a nuestras almas

Elbacé Restrepo | Publicado el 12 de diciembre de 2010
Tengo un ataque de nostalgia, como por variar. Esta Navidad, pasada por lágrimas y por aguaceros catastróficos, me hace añorar los diciembres de mi infancia. El sol salía desde que nos despedían de la escuela y volvía a llover por allá lejos, como en abril.

Todo el mes estábamos muy ocupados ayudando a la abuela con la natilla, sobre todo a comerla, porque "de pronto amanece lamosa", y corríamos a quitarle las angustias de encima. También "hacíamos" buñuelos, hojuelas, manjar blanco y morcilla, que se llamaba rellena. Éramos muchos, entre hijos y nietos, revolando en cuadro detrás de su vestido de anciana, pero con un espíritu más joven y enérgico que el de todos nosotros juntos.

Cada año, sin falta, "subíamos" a Hábita, en la quinta porra, camino de Chocó, a buscar el musgo y los cardos para el pesebre, con tan buena suerte que nadie nos demandó por atentados contra el planeta. Ni por la marranada en la finca algunas veces.

El 16 de diciembre comenzaba la Navidad. No como ahora, que empieza en septiembre, se acaba en febrero y nos deja hasta el copete. Entonces iniciábamos la cuenta regresiva de los eternos días que faltaban para el 24, el día más esperado del año, porque nacía el Niño Jesús y cualquier carajadita nos traía. A mí todavía me dura la magia.

¡Cómo extraño los pesebres de antes! Con su inconfundible olor a musgo, los patos estáticos sobreaguando en un lago de papel celofán azul, las ovejas, incluida la descarriada, que poníamos lejos del rebaño con la ilusión de que el pastor fuera por ella; y el camino de aserrín por donde José y María buscaban un refugio para que naciera el Niño. Ayudarlos a avanzar era un privilegio que nos peleábamos entre los hermanos y que se ganaba, por derecho propio, el más madrugador.

Las novenas eran un momento de gozo y de respeto, aunque no faltaban las risas solapadas cuando las mentes infantiles separaban en dos la palabra putativo, con la consiguiente mirada fruncida de los adultos. Hoy, la novena es la disculpa favorita para una rumba de nueve días que da paso a la gran fiesta del 24, donde supuestamente se celebra el nacimiento de Jesús, aunque Él casi nunca está invitado, ¡y ah falta que nos hace! "Ven a nuestras almas..." es sólo un formalismo, amenizado con pandereta y guaro, de dientes para fuera.

En diciembre se incrementan las actividades, los afanes y los gastos, lo que hace del acontecimiento más significativo en la vida de los cristianos, un monumento a la superficialidad. Nos preocupan los regalos, la envoltura y el moño, pero dejamos de lado la humildad, el amor y el perdón para obsequiar a los demás.

Peor que el daño ambiental que causamos recogiendo musgo, resultó el detrimento familiar. Se ha diluido tanto la esencia de papá, mamá e hijo(s) en la misma casa, que ya ni siquiera se refleja en el pesebre. En su lugar nos llenamos de renos, de trineos, de chimeneas y de muñecos de nieve en pleno trópico. ¡Cosas de la globalización!
 
EXTRAIDO DE EL COLOMBIANO.COM

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