domingo, 5 de junio de 2011

eE Rincón de Elbacé Restrepo

Elbacé Restrepo
Elbacé Restrepo

Nazaret

Elbacé Restrepo | Publicado el 5 de junio de 2011
Tiene 58 años y no piensa en jubilarse. Trabaja duro, no precisamente con las uñas sino con la cutícula, pero no se rinde. Ni se cansa. Su nombre es Nazaret y tiene 508 hijos repartidos en tres casas.

Nazaret es nombre de mujer y de ciudad, pero Wikipedia me sorprende: "Diferentes derivados de este vocablo se traducen según el contexto [?] como alguna conjugación de vigilar, guardar, observar, defender, rodear, preservar (del peligro) o esconder (refugiar)".

Y de repente el nombre de Fundación Nazaret cobra todo su sentido. Visitarla es una experiencia que incrementa la esperanza o revalida el pesimismo, una de dos. Ella, como otras entidades, se ocupa de los ninguneados del Estado, pese a ser Colombia firmante de un tratado internacional con nombre rimbombante y letra muerta: la Convención sobre los Derechos de la Niñez.

Su objetivo es ofrecerles a los niños en condiciones vulnerables un plan de educación, nutrición y apoyo psicosocial que les permita desarrollarse como personas integrales. No en vano opera en la comuna 13 de Medellín, una zona que se debate a diario entre el progreso, que no llega a todos los rincones, y las balas, que sí llegan a todos los rincones. Y aunque ese debatirse es común en toda la ciudad, no hay duda de que la 13 es una marca tristemente líder en el mercado.

Nazaret acoge a docenas de jerónimos, juanes y samueles; saritas, valerias y yuliets. Sus pieles son de todos los colores y sus miradas, también de colores, tienen ese velo de tristeza de quien carece de todo, menos de violencia intrafamiliar, desnutrición y desamor. Y sonríen, pese a todo, porque Nazaret ha rescatado dignidad para ellos. Se evidencia en procesos tan importantes como los educativos y pedagógicos, la salud alimentaria, el buen trato y el reconocimiento. Y en otros que parecen insignificantes, pero valen oro, como enseñarles el uso de los cubiertos en la mesa. No es usual, en niños criados con hambre, comer con tenedor.

En su mayoría son hijos de madres solteras, empleadas domésticas, recicladores y desempleados. Muchos, a su vez, son víctimas de una guerra de combos que les cayó de golpe, como un chaparrón inesperado que no escampa.

Me vence el pesimismo cuando viene a mi mente algo que leí por estos días: "Cojamos una marranita, la bañamos, le pintamos las pezuñas, le echamos perfume fino, le ponemos un gran moño y en menos de diez minutos se estará revolcando en el pantanero de donde la sacamos".

Pregunto, entonces, ¿qué será de ellos cuando ya no estén bajo las manos protectoras de Nazaret? Esperanza es la clave, me dicen. Por lo menos estos 508 niños tendrán muchas más herramientas para enfrentarse a un mundo hostil, que aquellos que no las recibieron. Vale.

Nazaret cumple su misión a gatas. Mientras, papá Estado se gasta miles de millones del erario en consultas electorales egocéntricas, pierde billones en demandas por malas prácticas y delitos contra la población y el resto se lo deja robar en menos de lo que parpadea un contratista uñilargo del cartel de cualquier cosa. Tanto contraste me deprime, pero una Fundación hermosa me inyecta una sobredosis de optimismo.

¡Gracias, Nazaret!

No hay comentarios.: